domingo, 27 de febrero de 2011

Cuento dominical

Nuestra protagonista vivía a caballo entre Murcia y New Hampshire. Lógicamente, el caballo estaba agotado. Era una chica con inquietudes. Las grandes superficies le provocaban inquietud. Los piercings. Las erecciones. Creía en la utilidad de los manuales de instrucciones. Se preguntaba por qué no todo en la vida tenía un manual de instrucciones: las primeras citas, los diálogos en las discotecas, las relaciones materno-filiales. De pequeña quiso ser veterinaria, pero su noción de la ciencia no pasaba del concepto fundamental salud/enfermedad, así que prefirió ahorrar al mundo animal de un gran sufrimiento provocado por su incompetencia en entender el aparato digestivo y la correcta utilización del estetoscopio.
No tenía una vocación clara. No le entraba en la cabeza que alguien ansiara ser podólogo, abogado laboralista, lanzadora de pértiga o especialista en nuevos feminismos. Un día dijo que quería ser diseñadora de interiores, creyendo ingenuamente que consistía en reparar el interior de las personas, recolocar sentimientos, renovar obsesiones y remodelar carencias de autoestima.
Le gustaba leer y la comida china. No creía en el cine de autor, porque a veces Tarkovsky y Pasolini le habían hecho mucho daño. Tampoco creía en los Dj's, le parecían seres vanidosos que no se daban cuenta de que su única función era hacer bailar a la gente. No manejaba el photoshop y pensaba que bajarse una película significaba que había dejado de estar entre tus favoritas. Su actor preferido era su tio Luis, un maestro a la hora de fingir felicidad en las reuniones familiares, cuando todos tenían algo que reprocharse. Le parecía que la verdad estaba sobrevalorada y la mentira minusvalorada y que todos mentían cuando juraban sinceridad y que decían la verdad sólo al callar y al perdonar.
Había expresiones que le llamaban mucho la atención. Por ejemplo cuando la gente decía después de haber pasado una noche apasionada con alguien o después de haberse fascinado estéticamente con una persona, "he conocido a alguien". "He conocido a alguien", qué raro, en el minuto uno, ella pensaba que el amor y el conocimiento eran caminos muy alejados y díficiles, misteriosos y llenos de complicaciones y dedicación. Estaba convencida de que, en el fondo, nadie quería conocer a nadie, sólo ser conocido y adorado. Qué seres tan raros, los seres humanos, con GPS en el coche y totalmente desorientados en la vida.
Pero ese domingo, ella se enamoró locamente de una chica bajita y con aspecto de leer ensayos y llorar por cualquier tontería emocionante. Se enamoró de forma fulminante y meticulosa.
Y entonces, su vida cambió para siempre.

FIN

martes, 22 de febrero de 2011

pimientos

Los que no habéis nacido en Navarra no les dais un valor simbólico y fundamental a los pimientos del piquillo.
Quizás escriba un libro, 'La importancia de los pimientos del piquillo'. Ayer en la cena miré los pimientos, como lenguas tan rojas, llovía sin parar y yo pensaba lo mucho que me gusta cenar en la cocina, lo mucho que me gusta escuchar la lluvia, lo mucho que me gusta la manera que tienes de atentar gastronómicamente contra mí, pero me compras pimientos del piquillo, los mejores del mundo, joder somos de provincias pero somos hermosas y podemos entender a Jorge Oteiza, el artista más rural e inteligente, me llevarás al museo, me llevarás a la playa en invierno y cada vez que se te cae algo con torpeza a mí se me acelera el corazón. Las chicas torpes son las que mejor visten. Los actores franceses tienen pinta de no correrse nunca a destiempo, y eso me da rabia, lo pensaba ayer mientras veía 'La clase' y agarraba tu mano y seguía cayendo esta lluvia tan intensa, tan insistente, romántica y de provincias como yo.

Estoy leyendo un libro de cuentos que me hace pensar en Marc y en Zaida. 'La vida cotidiana' de Daniel Gascón. He leido en la cama,en el baño, desayunando y casi en el coche, pero como me mareo, he tenido que dejarlo a regañadientes. Tenía muchísimas ganas de decir 'a regañadientes', porque expresiones tan visuales y tan Galdós, a veces me fascinan. Me imagino el principio de un cuento posmoderno "Volvió con ella a regañadientes, pero absolutamente enamorada de su manera de caminar en pijama por la casa".

Mi abuela tiene móvil desde ayer. Juro que llamar por teléfono ayer a mi abuela, a su nuevo teléfono móvil, fue una epifanía, yo no podía dejar de sonreir. Yo le dije "Yaya, te voy a mandar mensajes" y ella se reía y me decía que de eso no tenía ni idea, y al despedirnos yo le dije como siempre "Te quiero, ¿tú me quieres?" y ella, también como siempre me dijo "ya sabes que sí" y yo soy feliz con conversaciones idénticas con ella, porque el amor está lleno de rituales, yo no sé como se sigue diciendo esa gran estupidez colectiva de "la rutina mata el amor", porque el amor es rutina, el amor está hecho de repeticiones.

Sigue lloviendo.
Comeré hoy con mis padres. Hoy a las 7'58 de la mañana mi madre me ha enviado un sms diciendo que vaya a comer, que va a preparar mi plato de pasta preferido. La relación con las madres es como con las novias, intensas, imperfectas y llenas de adoración, incomprensión y destellos. Me encanta mi madre.
Estoy feliz y eso debería ponerme en guardia, pero yo siempre bajo la guardia cuando estoy feliz.
Pintaron de negro la sala de Alcohólicos Anónimos, porque es un color muy sobrio.

miércoles, 16 de febrero de 2011

visiting

Escuchando a Nacho Vegas en la librería. He visto a un señor mover la cabeza cuando sonaba 'La gran broma final'. Cosas así redimen el mundo.
No me encuentro bien y no es cuestión de que no me busque lo suficiente. Busco y busco, ayer cené en mi casa buscándome, me reí con alguna tontería que se me ocurre en mitad de cualquier intento de dramatismo, decidí no fregar. Fregar o no fregar creo que determina el estado de ánimo siempre. Decidí no fregar y meterme en la cama con chaqueta.
 Leo poemas, Mary Jo Bang dice "Una vez tuve una vida que estaba llena de problemas pero que era mi vida". A ella se le murió su hijo de sobredosis. Sobredosis. Creo que todos tenemos sobredosis de algo.
Me pasa que voy por la calle y hay cosas que me ponen triste y no lo puedo evitar. Siempre que veo un mochilero por la calle, cargado con su enorme mochila y su necesidad de ser joven siempre, eso me pone triste. O cuando veo a señores muy mayores fumando en la plaza, solos. Los escupitajos en la calle, sin contemplaciones, obscenos, me ponen triste. Las adolescentes borrachas que se ponen a cantar en la calle. Los perros pequeños a los que les ponen abrigos de colores. Las campanadas, las campanadas obstinadas que suenan en cualquier momento en mi ciudad. Las parejas que parecen demasiado felices. Los chinos viendo la tele en sus tiendas de alimentación, esos programas estridentes que ven y que no puedes evitar mirar mientras pagas los noodles.
Y me entero de que los Black Crowes tocan en Bilbao en julio y me pongo tan triste que inmediatamente cojo la Cuore de hoy y me pongo a ver las fotos y a no estar de acuerdo con las que consideran bien vestidas. Hoy es miércoles y me voy a ir a la mierda. Pero antes quedaré con Marijose y juro que voy a ser feliz. Mis amigas, pienso en mis amigas, qué perdidas estamos y qué poco importa en el fondo. Sé que el amor todavía cree en mí. Me he hecho fuerte con el tiempo, a veces no me doy cuenta. Hubiera ido al concierto de Black Crowes, aunque en mi vida he escuchado un disco de ellos. La vida es tremendamente melodramática, pero hoy Douglas Sirk iría a una sauna a desahogarse follando con maricas deslumbrantemente estúpidos.
Veo en el periódico una instalación en Arco. Un corazón enorme hecho de cuchillos y de repente me parece más real que la señora que a mi lado se suena los mocos mientras ojea el premio Nadal.
Todo sigue girando. Termino llorando aquí, en esta librería tan grande y fosforescente, leyendo el último poema de Mary Jo Bang, emocionante al límite.

"Mira todos esos gestos sin sentido
que la gente sigue haciendo (...)
y todas las palabras excepto 'te echo de menos".

viernes, 11 de febrero de 2011

Amanecer (no de Murnau)

Son las 6 de la mañana en Pamplona, suena 'Intervention' de Arcade Fire y me siento épica, alcohólica, dadaísta y gratuita. Estoy con dos mujeres maravillosas, tan frágiles y hermosas y terribles como cualquiera y como nadie.
Me hago preguntas tales como: ¿si la edad no perdona, se le puede calificar de rencorosa?
Siempre me gustaron la verdad de la noche y las mentiras de la publicidad, siempre me gustó la ficción de la realidad y las revelaciones de la invención. Siempre me gustaron las chicas inusitadas y la comida sencilla. Abrir un libro, decir 'te quiero', rastrear la belleza, el vino barato, bailar en los bares, despreciar la autoconsciencia.

Está amaneciendo, debería ponerme trascendental, desmontar la hipérbole de la heterosexualidad y las virtudes del aloe vera. Si tuviera una hija ahora, si alguien me pusiera a parir ahora, le llamaría Esperanza, como mi abuela, porque no hay nombre más bonito y más irracional, como todo lo que me gusta.

Amanece, que no es poco. Ojalá bebieras aquí. El tiempo nos traiciona y yo me acuerdo de Marc, tan alto e inalcanzable, en posesión de algo que no sé si es arte o desapego, voluntad o talento, Antonioni o nosotros.

Os saludo a todas las que ahora dormís y desconectáis vuestros voraces deseos de pertenencia y vuestros delirios diminutos de gloria. Somos todas tan predecibles y fascinantes. Podría, en este momento, descubrir el punto g o la causa del dolor infinito, incurable, ridículo. Olvidemos todo menos los recuerdos.

Ojalá estéis soñando conmigo o abrazando a la persona equivocada pero amable, de esas que no hacen preguntas oportunas ni fingen ser hijas de su época.

miércoles, 9 de febrero de 2011

nunca se convence del todo a nadie de nada

Nunca pensé que diría esto, pero de repente me gusta Enrique Bunbury. Siempre me habia parecido uno de los tipos con pose más afectada del panorama musical, una especie de intento de Jim Morrison ibérico deslavazado, con esa actitud que tanto me molesta de algunos heteros de jugar con la ambigüedad sexual más estereotipada y con un histrionismo irritante, muy irritante. Pero, no sé muy bien cómo, de repente escucho su último disco, 'Las consecuencias', y me parece maravilloso. Suena esta semana en la librería y mientras organizo mis secciones como una ama de casa displicente y encantada de conocerse o mientras atiendo a algún señor despistado que me pide libros de Bernabé Tierno o mientras miro a niñas guapas pasear su alarmante juventud e ignorancia por la sección de Poesía, me veo a mí misma asintiendo con la cabeza a las frases de Bunbury. Ejemplos, hoy me siento muy pedagógica y muy guapa (espero ser acusada ahora de vanidosa e infantil como corresponde):

-"una retirada a tiempo es siempre una derrota"
-"ya no hay nada que temer, ya no hay nada que enseñar,se precipita mi debilidad hacia la noche lenta del amor"
-"la verdad como forma de violencia"
-"la fe es un grave sufrimiento, es como amar a un extraño en vano"
-"olvidas poco a poco todos tus sueños y recuerdas el amor inalcanzable"
-"cada uno se dedica simplemente a salvar su propio reflejo"
-"por estar en cualquier parte salvo aquí, fui un turista de la belleza"
-"el dolor era anterior al pensamiento"
-"lo que más te gustó de mí es lo que quieres cambiar"
-"cada palabra que diga, sólo irá contra mí"
-"mi premio de consolación es mi dosis de alcohol insuficiente"
-"y empiece como empiece, todo acaba siendo menos de lo que yo esperaba, y nunca se convence del todo a nadie de nada"

Y además, hay una versión muy chula de 'Frente a frente' de Jeanette, canción que adoramos Silvia, Zaida y yo, ese himno terrible al desamor y a la pérdida. Lo que somos todas en el fondo, un agujero enorme donde queda el hueco de algún gran amor perdido, un agujero que a veces es rabia, otras pena y casi siempre un vacío blanco, para siempre.

Amenazó con ponerse intensa y lo cumplió.
(Pequeño homenaje a Miguel Noguera, un genio)
La idea del spinning emocional, esas relaciones en las que pedaleas, pedaleas y no avanzas a ninguna parte.
La idea de refundar el lesbianismo según la ética aristotélica. La idea de que Aristóteles se revuelva en su tumba.
La idea de trabajar todas de guionistas en una serie de chicas y que, como The Organ, sólo duremos una temporada, fagocitadas las unas a las otras.
La idea de no superar el pasado, porque superar el pasado es proyectarte hacia un futuro de mentira. La idea de que yo soy mi pasado y no quiero olvidar. Mis gatos tampoco olvidan, aunque lo fingen.
La idea de que eso de la familia política, en realidad alude a esos familiares insensatos, que votan y van a asambleas y te dan el coñazo con el neoliberalismo y la economía.
La idea de viajar a Lisboa, con sol, mucho sol, contigo.
La idea de una idea que nunca se lleva a la práctica, de hecho es una idea en prácticas, una becaria del pensamiento, sin contrato ni seguridad social.

Y me despido diciendo que ayer empecé un libro, otro, sí, empezar libros es una de las cosas que adoro de esta puta existencia caricaturesca, y decía que empecé un libro, un ensayo filosófico, para sorpresa de amigas, detractoras y mujeres que utilizan su perfume como un arma cargada en las salas de espera, cualquier sala de espera, y como decía, ese ensayo, 'El naufragio del hombre', me arrebató desde la primera página, porque el libro se inicia con un cuadro, este cuadro:


Y esta maravilla, se titula, atención: 'EL PADRE TIEMPO VENCIDO POR EL AMOR, LA ESPERANZA Y LA BELLEZA".
Pongámoslo todas en nuestra habitación, en la cabecera de nuestras camas y sonriamos, joder.

jueves, 3 de febrero de 2011

Cuento de cumpleaños

Se despertó con 35 años y en crisis, como mandan los cánones y la revista Elle. Se palpó sus pechos, también llamados tetas, todavía firmes y furiosos. Seguramente le seguirían echando menos años, seguramente le seguirían echando más polvos. Estaba en su madurez como mujer y en su inmadurez como invertida. Pensó en alguna exnovia, en el amor de su vida, y agitó la cabeza, espantando pensamientos como moscas en verano.
La noche anterior había ido a dormir a casa de sus padres y se sintió profundamente autoparódica en la mañana de su cumpleaños, en su excama de adolescente, donde ya no le cabían las piernas ni los recuerdos.
La sociedad nos empuja a logros por décadas. A los 35 años debería tener una niña adoptada, un perro diminuto y glamouroso y una esposa fiel y sonriente. A ella la sociedad "me arrempujó por celos". Pensó en Araceli López y en pedirle matrimonio, sus ojos desorbitados, las dos siendo poseidas por los del espacio en las noches esteparias de la España profunda, profunda como la penetración vía astral.
Su familia le regaló una estupenda tele gigante, ahora podría ver a Ingrid Bergman mordisquear la oreja de Cary Grant en toda su dimensión, podría ver electrofútbol y en los concursos, con High Definition, adivinar el acné y la melancolía de los presentadores. Tuvo un pensamiento estúpido, marca de la casa: ¿en los encuentros sociales, si te presentan a un presentador, es redundancia o masturbación?
Estaba soltera y sin compromiso, pero como ser una chica fácil le parecía extremadamente difícil, no tenía más afan romántico para ese día que el soñar con que alguien le preguntara por Anne Sexton en la librería. Los poemas de amor que más le gustaban eran siempre insolentes, tristes y vagamente irónicos, desesperados, claro.
Tenía 35 años, dos gatos, dos hermanos, trescientas ex amantes y mucho sueño. Unos ojos grandes, unas piernas largas, las uñas mal pintadas, leves ganas de llorar, la misma prisa de siempre, una abuela fascinante, una bici negra en la que sobrevolaba la ciudad sonriendo a los conductores de autobús que le cedían el paso como dinosaurios enamorados, una perra enigmática que su madre le dejaba pasear algún domingo, un corazón sobreactuado y un coño hipersensible. Tenía tiempo por delante y algo de dolor por detrás. No le gustaba el sexo anal.
El 3 de febrero cumplía 35 años y el invierno ya no era una excusa argumental. Era inapelable, como enamorarse por primera vez. El mes de febrero, raro como ella, con menos días y más ambición, con minusvalía y atrevimiento. La era de Acuario, el aire, "los acuarios son seres originales y con inquietudes artísticas". Ella pensó en el libro que había empezado ayer, donde Janet Hobhouse decía "yo pasaba largos periodos de expectación, rememoración, desciframiento y regurgitación".
La vida, tal cual.
Y mientras se tomaba un té (un te quiero)en la librería, en aquella mañana de sus 35, serena y segura de que las catástrofes son inevitables, pero el destello, siempre el destello, se felicitó por no tener nada por lo que felicitarse, salvo sus sentimientos, intactos, intactos, intactos.