miércoles, 3 de agosto de 2011

nadie se levanta dando un salto

El verano, esta estación diseñada para que la gente se vista indiscriminadamente con estampados florales, bermudas de saldo y chancletismo. Donde la gente más que morena está naranja y quiere llevarse libros para leer en vacaciones "pero que no sean de pensar, algo entretenido".
Entiendo que el pensamiento está reñido con el entretenimiento, como el buen gusto con el verano y la inteligencia con los taxistas.
He empezado a leer 'A la caza del amor' y me gustaría diseñar tramas con la exquisitez y el humor de Nancy Mitford. Lo cual me lleva a pensar en qué distinta es la burguesía de hoy en día, que es cutre, muy cutre. En la Inglaterra de entreguerras, beben el té, pasean en pony y son recalcitrantemente guapas y delgadas todas las heroínas ligeras de cascos.
He utilizado ya dos adverbios de modo y he juzgado con severidad a una señora que califica de aburrido a Nabokov. Estoy a muerte con los rusos, sobre todo con los que escriben en ruso, que no es el caso de Nabokov.  Me llevo a casa 'El maestro y Margarita' porque creo que Bulgákov está lo suficientemente perturbado para mí. Sé que más tarde hablaré con Laura de todo esto, ya que también se siente interesada por la literatura rusa y por la locura. Mezclamos temas. No sé que habrá hecho con mi ejemplar de los 'Cuentos' de Chejov, que decidió robar con descaro en su última visita.
Creo que voy a improvisar un mini cuento, que hace tiempo que no lo hago:

En verano le daban ganas de enamorarse y de hacer la compra por orden alfabético. Era una chica de tez blanquecina, según las definiciones de los manuales de urbanidad, escritos sin emoción literaria. Ella tenía pensamientos líricos todo el tiempo, del tipo "tengo compasión por los mosquitos que se abalanzan a la luz, como yo, y se achicharran". Ella era así. No es que fuera hermosa, es que era intolerable. Cuando se acercaba a la barra de los bares los borrachos se abrían a su paso, entre las brumas de la resaca del mañana. Nadie podía dejar de mirarla, a pesar de estar muy ciegos. Volviendo al tema central del relato, que es volatil e inexistente como la fortaleza moral de una lesbiana de Albacete, la protagonista improvisó un romance con una camarera aquel verano, por aquello de las copas gratis y la superioridad estética que te otorga frente al mundo que el Dj te salude con la mano. La camarera se llamaba Jennifer Tility, nacida en Wisconsin, tatatatataranieta de una prima segunda de Faulkner, por eso su bar se llamaba 'Luz de agosto'. La clientela se desconcertaba el resto del año, pero se sentían plenos de autoconsciencia en agosto bebiendo mojitos y tinto de verano, cockteles preñados de sofisticación.
Y la protagonista, decidió que Jennifer o el amor, o Jennifer y el amor. Así que la miró profundamente a los ojos y dijo en un arrebato etílico a la altura de su belleza:

-Jenny, nunca pensé que lo diría... pero me pones, la última. (con las comas así, para que Jennifer no entendiera la declaración de amor, que era más para sí misma, como el uso de compresas de marca genérica).

FIN

Este es el coche en el que debería viajar, según mi abuela, mi novia y Soraya Saenz de Santamaría (mujer a la que le encuentro atractivo, super en contra de mi voluntad)

3 comentarios:

  1. El verano en Pamplona parece una postal de la posguerra en color con la irrupción de Bershka.

    Nefrobloguerita mía querida, en dramasycaballeros no están reñidos pensamiento y entretenimiento. Deberías darles la dirección y entonces todos volverían a la librería y leerían a Mitford, Nabokov, Bulgákov, Chejov e incluso a Jennifer Tility.
    Y entonces Pamplona ya no será una postal de la posguerra;
    será una nueva Académie des Femmes (?)

    je t'aime, tu me manques

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  2. Una checoslovaca de espíritu ruso y corazón roto en cinco mitades4 de agosto de 2011, 9:39

    Desde la estepa checoslovaca, a quince grados que para nosotros son como treinta vuestros, leo sobre el verano navarro y me imagino que allí debéis sentiros un poco felices entre ediciones de bolsillo de best sellers, estampados florales y camareras libertinas. Aquí los camareros suelen ser varones y no me refiero al barón de Münchhausen sino al sexo masculino, ese sexo que todas hemos contemplado en numerosas situaciones (sobre todo en las rupturas dolorosas que nos ponen de los nervios, que provocan un estado de preregla constante y melancohólico). Por suerte, la mayoría de veces acabamos descartando la opción y nos ponemos a escribir cartas de amor sin destinatario tras recordar lo amargo del sabor del nabo checo, español, búlgaro o vulgar, el común.
    Poco común es el relato que nos dejas, un cuento aparentemente improvisado y ligerito de cascos (como las lesbianas de Albacete, lugar del que se habla mucho en Brno últimamente) pues lo cierto es que me ha parecido sobrecogedor sin la connotación argentina del adjetivo, brillante y un ejercicio que llevaría más de tres días de pensar y escribir, repensar y reescribir, escribir y escribir a un Marcel Proust sonámbulo.
    No sé en qué piensas cuando te digo que te quiero, que te admiro y que lo que escribes no solamente me parece excelente, precioso y caro (pues caro, Antonia). Yo pienso poco, ya lo sabes, lo poco que pienso se divide en tres estadios de desánimo: el pensamiento obsesivo, el pensamiento compulsivo, el pensamiento lírico. El último es el más sano de todos ellos y es aquel al que van a parar todas las líneas escritas por ti que leo y releo, corro y recorro, entre cucharada de Gulash y sorbo de Svijany. Svijany es mi cerveza local preferida, preferida porque es local y porque tiene nombre de mujer, como la Estrella que beben las lesbianas catalanas o la Chibeca que beben todas las mujeres de tu país en general. En tu ciudad me han dicho que no solamente bebéis cerveza sino que también bebéis vino riojano y cualquier cosa que os pongan por delante. Como aquí en Checoslovaquia, un país que ya no forma parte de Rusia y de hecho tampoco de Eslovaquia. Sin embargo tenemos la misma tendencia a la bebida alcohólica de todo tipo y graduación (colegialas, universitarias, lo que sea) que rusos y eslovacos.
    Voy a plantearme siriamente, de un modo sirio, árabe, llamarte cada día y recordarte que si no fuera por ti no saldría el sol en Checoslovaquia. Y sé que el sol sale porque por mucho nubarrón que haya, se intuye. No es intuición femenina, es intuición del este, que es parecida a la de aquel, que a su vez se asemeja a la del otro. La intuición al fin y al cabo es como el Imperio Austrohúngaro: un lugar del que todos acabamos hablando pero que nadie ha visitado.
    Como el Amor o los centros de desintoxicación.
    Sea como sea, es, hoy ayer y mañana, en este desorden, te quiero.

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  3. La Checoslovaca pesada que escribe Chibeca con B de Bollera o de Vanal4 de agosto de 2011, 9:48

    Por cierto, se me había olvidado comentarte que yo también tengo un blog en el que nadie me deja comentarios, es triste como un final de película de Béla Tarr, que es vecino mío.
    Pero esto no es una súplica ni una indirecta para que me dejes comentarios, preferiría que me escribieras una carta de amor sin destinatario o que me llamaras algún día aunque sea a cobro revertido (las llamadas a largas distancias además de largas son caras como las multas o como las noches de verano que acaban tarde y mal).

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